domingo, 16 de octubre de 2016

La Tos Cana (Oct 2016)

Va a farti fottere!
El otoño ya está aquí, y como un@ no es pav@, viajar hacia el norte no te compensa que todo es más caro allí incluso el aéreo. Así que decidimos no alejarnos del Mediterráneo y visitar la Toscana, que siempre le viene bien a Carlos encontrarse con gente con su mismo DNI, y a ambos comer y beber bien, que no te engañen amig@, de aquí siempre te vas rodando, sin importar tus preferencias dietarias ni tus propósitos de enmienda para este invierno que se acerca.


Así que tomamos Vueling comme d'habitude en estos días en que para limpiar su buen nombre tiene que portarse bien y bajar los precios, y en hora y media y estábamos en Pisa, adonde fue ni bien llegar y ya ir a visitar a "la torre pendente" (previo paso por una trattoria para cumplir con eso de 'comer pizza en Pisa'), que es como lo que hay que ver por aquí. No se si tienes un grado en arquitectura de la universidad local si esta torre te ayudará a encontrar trabajo o no, pero lo cierto es que aunque intentes disimularla, está inclinada la cosa.


Alrededor de la torre hay varios edificios que intentan disimular el desliz, aunque un par de ellos también están inclinados, te lo dice la Lonely Planet y también te das cuenta tu si miras con un poco de cuidado cosa que Don siempre hace cuando se trata de temas ingenieriles. Pues eso, que aprovechando que estamos de temporada baja de todo hasta pudimos subir hasta la cima de la torre sin tener que hacer mucha cola, sacarnos las fotos de rigor, visitar la iglesia que ya venía incluida con el abono a la torre, pasear por monumentos varios, y de allí comenzamos a descender por calles poco transitadas hacia el centro de la ciudad, al costado del río Arno.
Tomamos mate y siesteamos un poco al lado del río, y ya recuperadas las energías continuamos paseando por callejuelas, mercadillos y bares varios en el centro antiguo de la ciudad.

Luego de unos tragos por allí acabamos cenando pantagruélicamente en uno de los restaurantes recomendados, donde Carlos descubrió que si se hace pasar por argentino le servirán carne de mejor calidad. Igual lo bueno allí era el pescado, que fue lo que Don eligió para comenzar con la degustación toscana.

La mañana siguiente nos encontró con un poco de lluvia, pero igual abandonamos el albergue de turno, caminamos un poco más por la zona del río Arno que le sienta muy bien a esta ciudad, y ya llegando el mediodía fuimos a por nuestros bolsos que tocaba pillar tren hacia Lucca, una ciudad del interior no muy lejana ni de Pisa ni de Florencia, que debe buena parte de su fama a una muralla de unos 4 km bien conservada que rodea al casco antiguo de la ciudad.
En el camino hacia el tren nos engullimos unos panini de unas carnes de cerdo a la brasa que nos dejaron al borde del infarto de miocardio por un rato, pero nada que el enalapril no pueda solucionar.

Llegados y alojados en Lucca, fuimos a caminar por la muralla como para bajar el colesterol del mediodía. Mientras tanto, íbamos descubriendo palacios, jardines, y habitantes ilustres de esta ciudad. Promediando la tarde nos cayó un lindo aguacero, así que tuvimos que echar mano de las iglesias del centro para refugiarnos y hacer un poco de vida cultural. Que aquí hay frescos de Tintoretto y alguna que otra joya más escondidos entre tanto ornamento y tanto cuadro. También pudimos ver varios mosaicos romanos antiguos-antiguos en los cimientos de algunas iglesias tradicionales.

La tarde la acabamos como ya comenzaba a ser habitual con unos Aperol Spritz en un bar de esos que siempre tienen esta bebida, y luego rematamos la noche con otra bacanal de sopa toscana, pasta, conejo, callos y otras cosas super calóricas que habían entre las especialidades de la región. Y vino de la Toscania, claro, que siempre hay y siempre resulta ser bueno.

La mañana siguiente nos encontró desayunando en el B&B para luego descubrir que el desayuno no estaba incluido pero ya nadie vino a quitarnos lo bailado (pero lo tuvimos que pagar, claro). Luego de una ducha de despedida volvimos a la terminal de tren que esta vez tocaba enfilar hacia el sur, que el finde lo íbamos a pasar en la isla de Elba, y para eso teníamos que volver hacia Pisa para enrocar con otro tren que nos tiraba en Piombino, y de allí ferry hasta Portoferraio, el puerto más grande de la isla de Elba.

Y pasados unas 3 horas saltando de transporte en transporte con una porción de pizza y otra de calzzone en el medio, pronto estuvimos ya arribando a Elba, lugar que vio pasar a Napoleón y al Conde de Montecristo. Ahora nos tocaba a nosotros tener nuestras aventuras allí que lamentablemente no involucraron ni ningún tesoro escondido ni ninguna campaña armada para reconquistar Europa, sino más bien una llegada a puerto bajo un aguacero infernal, y un alquiler inmediato de un Fiat Panda que nos hizo recordar nuestra infancia en los 70 en esos países comunistas donde nos tocó pasarla.

La isla es pequeña y te la puedes recorrer con unos 20 euros de gasolina en el tanque (demostración: es lo que hicimos, qed). Con Don al volante además el aparato infernal ese parecía un corderito recién nacido, que conseguimos cruzar callejuelas, subidas y bajadas por donde apenas cabía ese coche y un alfilar con más que éxito. Es que estos americanos salen ya del útero en cuatro ruedas...

Nuestro alojamiento en la isla estaba en el pueblo de San Piero in Campo, en el lado sur de la isla, a cierta altura. Desde allí podía verse la isla de Montecristo que en el verano tiene tours que te llevan hacia allí pero nadie vive en esa zona así que no hay mucho para hacer y por eso no fuimos. La cena fue estupenda con pescado fresco sobre el plato y vino local muy bueno también, que hizo que casi ni nos enteráramos de la super tormenta que le cayó al pueblo durante la noche.

La mañana siguiente estaba entre con nubes y con sol. En nuestro super coche fantástico bajamos hasta la costa. El pueblo de abajo se llama Marina di Campo, y tenía bastante de todo excepto una oficina de turismo para conseguir algo de información. No nos amedrentamos, y decidimos pasear un rato por la isla en coche. Fuimos primero hasta el pueblo de Capoliveri que tiene unas vistas fabulosas hacia el mar. Acabamos comiendo al mediodía en Porto Azzurro donde el antipasto y la pasta con frutti di mare estaban estupendos.

Luego del paseíto obligado por el centro de Porto Azzurro, nos dirigimos hacia el noreste de la isla, al pueblo de Cavo, donde hicimos otra parada para tomar mate y admirar el paisaje desde lo alto. Desde allí emprendimos el regreso hasta Marina di Campo, que nos esperaba un habitante local para los tragos de la tarde, y la pizza con frutti di mare que estuvo estupenda. Y luego más tragos y más living la vida loca, que era nuestra última noche en esta escapada de otoño.

La mañana del domingo nos encontró resacosos y con bastante sol, así que había que aprovechar. Desayunamos tan pronto como pudimos, y ya hecho el checkout del hotel nos subimos al Panda que nos llevó -google drive mediante- hacia la zona de Marciana, en el centro de la isla.
Que allí hay una "cabinovia" que te eleva unos 900 metros para llegar al Monte Capanne, el pico más alto de toda la isla, desde donde se puede ver en todas las direcciónes: al norte la costa italiana y Piombino con todas sus chimeneas industriales, al sur la isla de Córcega, al este y al oeste, pequeñas islas y más de la Italia continental... Una maravilla el lugar, y muy soleado todo.

Tomamos un café (bueno, Carlos se tomó un café que Don detesta ese brebaje) en el bar de ahí arriba, nos hicimos de unos panini, y comenzamos a descender caminando, que algo de ejercicio físico había que hacer. El sendero era bastante pedregoso y empinado al principio, para luego poblarse de árboles que con la humedad de estos días cobijaba bastantes setas para el gusto de quien quiera ir a buscarlas. También nos encontramos con muchas muchas muchas lagartijas de todo tipo y color, ellas buscando el sol, y nosotros por donde pasar. Creemos que no nos llevamos ninguna por delante, pobrecillas.

Acabada la bajada, y como que ya se nos iba haciendo la hora para comenzar a desandar todo lo hecho, nos subimos al coche, y luego de varias piruetas recorriendo rutas y calles por zonas rurales y urbanas muy interesantes, volvimos a Portoferraio donde devolvimos la máquina, nos dimos con unas últimas pizzas antes de subir al ferry que nos devolvería al continente. De allí tren hasta el aeropuerto de Pisa, y Vueling de regreso a casa.


Pos ná, eso era tó lo que había para contar. Disfrutad de las fotos que siguen, y será hasta el proshen arret... Arrivederci!