domingo, 12 de octubre de 2014

I am Hungary (Oct 2014)


Szervustok!

Hemos vuelto al ruedo, no es que en estos meses de inactividad bloggera no hayamos estado acumulando millas por ahí, pero la rutina de verano es casi siempre la misma y ya casi que no vale la pena ser repetida una vez mas, así que no hubo mucho por reportar desde la última entrada. Esta vez el low cost nos ha llevado al este de Europa, a Hungría, que ahora RyanAir parece que se ha flexibilizado y no solo te deja llevar el equipaje ese que apenas cabe en la cajita esa que te ponen antes de subir al avión, sino que además también te permiten un bolso de mano a bordo, y l@s que trabajan cortando tarjetas de embarque ya no te ladran más sino que incluso te sonríen.
Es más, tienen una revista de esas que te dan a bordo (y gratis!) como cualquier otra compañía aérea que presume de serlo. Incluso ha disminuido la venta a bordo; ya no está más la tarjeta esa de "rasque y gane" aunque la reemplazaron por otra que por 2 euros te promete convertirte en euromillonario y de paso asistir a niños con enfermedades terminales ("no duden tentar a la suerte a bordo" es el slogan un poco cutre de esta promoción). Tanto cambio asusta, ya que no olvidemos el refrán ese que dice que "no es oro todo lo que reluce", pero de momento la cosa parece haber cambiado.

Y así fue que caímos en la terminal 2 del aeropuerto de Barcelona con nuestras maletas + bolsitos reglamentarios, y un par de horas más tarde ya estábamos en Budapest, con algunos grados de menos y el cielo nublado. Igual nos pusimos todo lo que teníamos encima porque hacía frío para nuestros estándares, y salimos a conocer la city, que es realmente una ciudad que merece dedicarle varios días para pasearla. De hecho, Budapest son dos ciudades separadas por el rio Danubio: Buda y Pest. Nosotros nos alojamos en Pest, que es donde está el centro de la ciudad y es la zona plana. Del otro lado del Danubio, en Buda, la geografía es un poco más accidentada.
Nuestra primer fría mañana de visita la dedicamos a conocer el barrio judío de la ciudad, que tiene como gran highligh una Gran Sinagoga que domina al barrio, y que además -como es de esperarse por esta zona- tiene varias zonas dedicadas a la memoria del Holocausto que ocurrió durante la última gran guerra, y que aquí se llevó la vida de mucha gente. Hicimos un walking tour por el barrio judío, visitamos otras sinagogas más ortodoxas, vimos panaderías y restaurantes koshers,... y luego de unas cuantas horas adentro de ese barrio decidimos hacer una pausa para comenzar a degustar la gastronomía local, que aquí obviamente hay mucho gulash,  mucho guiso y paprika por todos lados.
La verdura normal aquí viene escabechada, lo cual produjo rápidamente la fascinación de Carlos y el desprecio de Don que se pasó comiendo carne de todo tipo y color y patatas hasta el final de nuestros días en este país. También hay vinos de todo tipo y color, pero los buenos eran bastante caros así que solo nos dedicamos a probar tintos de la zona de precio medio sin nada muy distintivo que reportar.
Acabada la bacanal gulasheska, caminamos un rato por la zona céntrica para hacer un rato la digestión y acabamos tomando mate a orillas del Danubio. Luego cruzamos uno de los puentes que cruzan este amplio pero no azul río y  enfilamos hacia el Gellert Hotel, que tiene un complejo de aguas termales bastante famoso y que nos permitió relajarnos luego de tanta caminata bajo el cielo gris. Es que Budapest es famosa por sus aguas termales que afloran allí mismo a orillas del Danubio, y el Gellert es uno de los lugares más icónicos para ir a disfrutarlas.
Acabada la sesión de relax, estuvimos un buen rato buscando algún lugar para cenar algo típico que no sea ni Subway, ni Macdonalds ni Burger King que se ve que en el barrio donde estábamos solo había eso. Acabamos en un restaurante un poco pasado de precio pero que no estaba mal. Obviamente de cena le dimos nuevamente al goulash y alguna que otra verdura que andaba flotando por allí.
Al día siguiente cruzamos el Danubio y fuimos a visitar las sierras del lado de Buda, donde se encuentra toda la parte medieval de esta ciudad, con castillos y museos para pasarse toda una vida recorriendo, que hay muchos. Nosotros nos metimos en el museo de historia de la ciudad que nos mantuvo entretenidos por un par de horas, y luego de almorzar una suculenta sopa de goulash en la cima de la colina con vistas excelentes al Danubio, pillamos un tren para escaparnos un rato de la urbe y conocer un poco la Hungría profunda.
El viaje en tren fue un poco extraño porque en algún momento nos sacaron del tren, nos metieron en un bus por un buen rato y luego nos volvieron a poner en otro tren para luego avisarnos que teníamos que avanzar a uno de los dos primeros vagones del tren si queríamos llegar a destino... Un rollo largo de viaje, pero acabamos llegando sanos y salvos a nuestro destino, la ciudad de Keszthely a orillas del lago Balaton, el lugar de veraneo de todo húngaro que se precie de tal que este país no tiene salida al mar.
Estábamos en el lugar ideal, solo que no era verano y la zona estaba más desierta que la Plaza Catalunya en el día de la Hispanidad. Igual, nosotros no veníamos a por los deportes acuáticos sino a otra cosa... que algo tenía de acuático pero no lo que os estáis imaginando, que a la mañana siguiente de nuestro triunfante arribo en tren-bus-tren al pueblo, pillamos bicis y nos internamos por unos 6 kilómetros tierra adentro para caer en Heviz, que tiene un lago termal impresionante que hace que uno pueda bañarse incluso en el día más frío del año.
La experiencia termal de Heviz fue un poco distinta a la del Gellert, que aquí la edad promedio es de entre 60 años y la muerte ya que todo aquel que sufre de reuma, artritis, várices y cualquier otra enfermedad de esas que afectan a la circulación estaba por aquí remojandose las carnes. Igual nosotros pagamos el ticket como cualquier/a viej@ de los que teníamos alrededor, y nos metimos a chapotear en el lago termal. Don dice que la temperatura del agua no era muy diferente a la de esas lagunas a las que lleva Carlos en épocas de navidad ahí por la zona de Macondo.
Carlos en su defensa afirma que allí en el trópico la cabeza no se te congela si está fuera del agua como en Heviz, ni tampoco hay olor nauseabundo a azufre como había en este lago de los viejos cisnes.
Pasada la experiencia relax con los abuelitos, volvimos a darle a la bicicleta para retornar a nuestro alojamiento en Keszthely, cenamos comida local de la buena, guisada y con mucha paprika de esas que hacen que te tengas que inyectar luego un antiácido a las 2 de la mañana para poder seguir viviendo unos años más, y nos fuimos a dormir temprano que en este pueblo no habían ni gatos para despertarte en el medio de la noche.

Al día siguiente visitamos un poco el municipio de Keszthely que tiene varios museos y palacios interesantes, y sobre el mediodía -luego de comer a las apuradas unas hamburguesas que se nos iba el transporte- pillamos bus de regreso a Budapest, que se acercaba el fin de semana y había que aprovecharlo en la gran ciudad.
Ni bien llegados a nuestros nuevos aposentos en otro lugar de Pest más cercano al Danubio que el anterior, decidimos ir a saunear nuevamente, que había que probar el Rudas, el único baño termal que todavía deja entrar solo a los varones hasta las 20 horas y después se vuelve mixto por el resto del fin de semana. Así que llegamos sobre las 18 hs y os podeis imaginar que la peña que estaba allí era justamente esa que prefería llegar antes de las 20, como nosotros. Vaya experiencia...

De allí fuimos a cenar comida cara pero buena, con unas vistas razonables del Danubio que de noche se pone bonito y hasta te hace creer que es azul y todo. Luego de un par de copas de buen vino local nos arrastramos hasta la cucha a dormir la mona, que el sábado nos encontró a media mañana ya en movimiento, visitando el Memorial del Holocausto que ahora lo teníamos al lado de nuestro albergue y que realmente vale la pena ver para entender lo que fue el horror en esos días por esta zona.
De allí nos acercamos hasta el Nagycsarnok, el gran mercado de Budapest, adonde le volvimos a dar al goulash y alguna que otra carne de esas asadas y verduras fermentadas. Para digerir la comida nos arrastramos hasta el Museo Nacional de Húngaro  donde una exhibición estupenda te hace recorrer por los más de 5000 años que lleva la humanidad viviendo por estas tierras. Y de como pasaron por aquí romanos, mongoles, turcos, prusianos, alemanes, rusos,.... la verdad es que muchas ganas de vivir por esta tierra no te queda con estos antecedentes, pero esperamos que por unos cuantos años los dejen vivir tranquilos, que queremos volver al menos un par de meses más a disfrutar de esta ciudad.

Del museo volvimos a nuestro hostal a descansar un rato, aunque detuvimos un rato la marcha porque había una especie de celebración de gitanos en la plaza del barrio.
Mucho no nos quedamos porque tampoco sabíamos qué celebraban. Al parecer hubieron elecciones este fin de semana y este era un acto político, aunque lo único que vimos en el escenario fue una especie de Rafaella Carrá gitana que cantaba mientras la muchedumbre acompañaba con palmas y bailes. Nosotros igual nos volvimos pronto a prepararnos, que teníamos noche de ópera en la Opera Nacional de Hungría, un edificio soberbio que alberga una institución de reconocimiento mundial.
La ópera en sí fue muy dinámica y entretenida, obviamente que saberse "la letra" de antemano ayuda a disfrutarla, así como los subtítulos al inglés que te pasaban durante la función. La obra que nos tocó ver era un superdramón griego de esos que no se ve ni por la telebasura de las 19 hs: que ella va a matar al hermano pero sin saber que es su hermano, y después aparece el amigo del hermano (el amigo griego, entiéndase) y la cosa se lía más aún... En fin, al menos nuestra historia tuvo final feliz (que también ya lo sabíamos porque habíamos leído el argumento antes de salir para el teatro) y en acabada la función fuimos a celebrar el veredicto salomónico de la diosa Diana con una cena típica en algún bistró de por allí, y luego salimos un poco de bares que se ve que es lo que hay que hacer en esta ciudad un sábado por la noche, que todo el mundo estaba por la calle de botellón o equivalente.
El domingo nos encontró con el consabido resacón, pero igual luego de una dosis matinal de cafeína volvimos a montar el tranvía para ir al Parlamento, que solo pudimos verlo desde afuera porque las visitas guiadas eran muy tarde y ya teníamos otros planes. Del Parlamento nos acercamos hasta la Casa del Terror, que no es ningún entretenimienton patrocinado por RyanAir ni nada por el estilo, sino un museo un poco kitsch que funciona en un edificio que albergó a los nazis durante la segunda guerra mundial, y luego a los servicios de inteligencia pro-soviéticos que vinieron después a hacer esas maldades que los comunistas hacían durante la guerra fría.
Acabado el paseo por la casa del terror nos dirigimos al edificio de la Academia de Musica Liszt  donde escuchamos un concierto en homenaje a Bach bastante bueno. Es que si la música es lo tuyo, esta ciudad tiene bastante para ofrecerte en ese rubro. De allí ya poco tiempo nos quedaba por disfrutar en estas tierras, que volvimos nuevamente en tranvía al hotel a buscar nuestras cosas, y luego nos dirigimos hacia el aeropuerto usando transporte público, que es lo que le pone a Don.
Y ésta fue mas o menos nuestra aventura por el este de Europa. Hemos de decir que de todos los países del otro lado de la ex-cortina de hierro que visitamos hasta la fecha, éste es el que más hemos disfrutado y el que más nos has gustado. Así que volveremos, que todavía nos quedan varios baños termales más por visitar y óperas por escuchar. De momento, disfrutad de las fotos que siguen y será hasta el proshen arret. Sziastok!